Experiencias de Cuidados

Mujeres, ancianos y niños: hacia una redistribución social del trabajo de cuidados

Desde hace algunos años que los análisis sobre el trabajo doméstico nos hablan de que asistimos a una “crisis de los cuidados”, -un fenómeno que se ha importado desde Europa para señalar cómo algunas transformaciones en las relaciones de género y que han acompañado la inserción masiva de las mujeres al trabajo remunerado así como el envejecimiento progresivo de la población-, ha visibilizado un problema a nivel global: quién cuida a las personas que no se pueden cuidar por sí mismas.

Cabe la pregunta si en nuestro país asistimos a una crisis del cuidado en los términos que en los países desarrollados se plantea -menor provisión de cuidados gratuitos- en la medida en que al parecer el ingreso de las mujeres al mundo laboral no necesariamente ha significado una redistribución social del trabajo de cuidados, es decir una redistribución entre hombres-mujeres-estado-empresa privada.

De acuerdo con los pocos estudios que se han realizado para medir la cantidad de horas que las mujeres dedican al trabajo doméstico de cuidados, las cifras son claras. Las mujeres dedican muchas más horas. A esto se suma que el trabajo de cuidados a diferencia de otros trabajos implica una carga emocional importante y por sobre todo, una ausencia de jornada laboral. Así, las mujeres y especialmente las mujeres madres no hemos conquistado el derecho a la jornada de ocho horas ni tampoco el derecho al descanso. Sabemos que el cuidado de los niños no termina cuando los dejamos en la sala cuna, el jardín o la escuela o llega alguien, también mujeres,  que nos ayude en nuestro hogar. El cuidado no tiene una lógica de “acá termino yo y comienza otra”, la responsabilidad del cuidado nos acompaña a nuestras oficinas, fábricas y lugares de trabajo incluso en nuestros momentos de esparcimiento. El hecho de no desconectarse, de no apagar los celulares por si “sucede algo” implica que las mujeres permanecemos en un estado de alerta respecto a la familia, los hijos y los padres cuando nos toca cuidarlos, que dudo sea igual para los varones.

En este contexto, si bien hemos avanzado en políticas que han dado un reconocimiento a la dimensión del cuidado como es Chile Cuida y que se han recogido las demandas de los grupos de mujeres acerca de la necesidad de brindar un soporte estatal a la sostenibilidad de la vida, lo cierto es que nos quedan desafíos pendientes a la hora de incorporar a otros actores en la co-responsabilidad del cuidado para avanzar hacia, como ya señalé, una redistribución social y no individual del cuidado. En ese sentido, aludir exclusivamente a una redistribución entre hombres y mujeres si bien puede ser el ámbito más visible lo cierto es que esto tampoco transforma de forma significativa las condiciones de vida de las familias y al mismo sistema de cuidados actual, pues se seguiría pensando el cuidado como una cuestión de sujetos individuales y no como un  hecho social.

Creo que el desafío es construir una sociedad que sea más cuidadora , hospitalaria y amable no sólo con las personas que necesitan de la atención y sostén de otro sino que con las mismas cuidadoras, pues pocas veces nos hacemos la pregunta acerca de ¿quién cuida a las cuidadoras?

Por ejemplo una política de cuidados debe articularse con otras políticas públicas que muchas veces se piensan como ajenas a esta dimensión: los empresarios del transporte deben garantizar un servicio de transporte público adecuado a los niños, adultos mayores, discapacitados y enfermos; las medidas que se han tomado últimamente para evitar la evasión no pueden vulnerar el derecho de estos actores sociales a la movilidad y al cuidado social como lo que sucede con los torniquetes mariposas; la suciedad, la alta velocidad , el colapso , etc., sin duda hablan de una transporte mercantilizado que no cuida a la sociedad y menos aún a los actores más vulnerables.

Asimismo, las necesidades de esparcimiento y utilización de áreas verdes en nuestro país siguen siendo dramáticamente desiguales. En este contexto las políticas de cuidado de niños y adultos mayores deben necesariamente cruzarse con las políticas de áreas verdes, con obras públicas, etc. También con las políticas de salud, pues sabemos que el trabajo de cuidados lleva una fuerte carga a nivel de salud y disminución de años vida y por supuesto abandonar la idea y las prácticas asociadas, de que son las mujeres las únicas encargadas de la salud de los niños, enfermos y adultos mayores.

Las políticas de educación también son necesarias, pues a más de veinte años de instalación de la reforma educacional es inaceptable que aún no se implementen las jornadas escolares completas en el primer ciclo o que los jardines estatales no funcionen en un horario extendido. Por otro lado, la discusión acerca de las tareas escolares si bien existen argumentos razonables para defenderlas es claro que estas respondían a un modelo en que las madres no trabajaban; finalmente estas políticas también deben garantizarse en el corazón de la vida de una sociedad: el trabajo, una reforma al código del trabajo es fundamental. Garantizar la conciliación vida familiar y vida laboral para que no quede al antojo del empresariado, eliminar la cláusula  acerca de que la obligación de una sala cuna solo se aplica cuando hay veinte o más trabajadoras mujeres y finalmente, instalar de manera seria la discusión acerca del salario del trabajo doméstico no como una cuestión de obtener un  poco más de dinero y menos aún como un subsidio de responsabilidad exclusiva del estado bajo un esquema de focalización, sino que desde una perspectiva que reestructure las relaciones sociales y económicas en términos más favorables para nosotras y como una forma en que podamos comenzar a rebelarnos contra esa insidiosa idea de que las mujeres son las únicas que saben cuidar, que lo hacen por amor y que esta naturaleza afectiva y femenina lo hace un trabajo gratuito y no valorable. Como ven, nos queda mucho por avanzar.